lunes, junio 06, 2005

OPINION PUBLICA:Una visión desde la práctica periodística cotidiana // 3

¿A quién creerle?
Los medios no sólo deben vencer la tentación que les viene de afuera de montarse sobre la ola sino, además, tienen que resistirse a imponer una verdad mediática, aquella que por reiteración se instala aunque sea falsa.
Porque, como dice el reconocido especialista Ignacio Ramonet, “repetir no es demostrar” y la opinión pública termina siendo no la suma de opiniones individuales sino el reflejo de la opinión de los medios, que se asume como dogma.
Para Ramonet, la opinión pública la construyen los medios, la fabrican, y por lo tanto deducimos que poseer los medios es poseer el poder de fabricar opinión.
Pero hete aquí que los medios que construyen su información en contra de la ola corren el riesgo de perder parte de su único y principal capital: la credibilidad.
Faros del periodismo en el mundo, los periodistas estadounidenses son los primeros que están en problemas.
Según un informe del diario La Nación, tienen menos credibilidad que los mecánicos y los policías, y apenas si superan a los abogados y vendedores de autos en la última encuesta anual de Gallup sobre "honestidad y ética en las profesiones".
Para muchos, la retractación que presentó la revista Newsweek parece haber revalidado una vez más las sospechas de los republicanos: los principales medios de comunicación están dominados por una banda de progresistas dispuestos a todo, incluso a perjudicar al país, para vender más o lograr mayor publicidad personal.
Newsweek reconoció que su artículo sobre los presuntos ultrajes de los que fue objeto el Corán, el libro sagrado del islam, por soldados estadounidenses en la prisión de Guantánamo se basaba en una sola fuente, sin nombre, que tras la publicación de la nota dijo que no estaba segura de lo que había afirmado antes.
A la inversa, los demócratas e independientes que se oponen al presidente George W. Bush también cargan contra los medios. Creen que fueron demasiado benignos con la Casa Blanca cuando denunciaba que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva antes de invadir Irak, algo por lo que la nave insignia del periodismo mundial, The New York Times, pidió disculpas posteriormente.
La distinción entre periodistas y medios son sólo excusas o argumentos menores para el estadounidense medio, que agrupa a todos en la misma bolsa.: el 67% de la población cree que los medios intentan cubrir sus errores, de acuerdo con una medición de 2004 del Centro Pew de Investigaciones. Y el 58% opina que los periodistas no ayudan a la sociedad a resolver sus problemas. Por el contrario, creen que se meten en el medio para entorpecer la discusión.
Aparece, entonces, con claridad indubitable que navegar sobre la ola de los juicios y prejuicios sociales, llamados opinión pública, no garantiza el salvataje de los medios.
Desde el punto de vista de la institucionalidad de una República, el riesgo es enorme: la convalidación de un poder que se maneja antes con los vaivenes de la opinión pública que con convicciones profundas puede derivar en una democracia plebiscitaria, cuyo espejo puede ver en la Venezuela de Hugo Chávez.
Y si, tal como se dijo, sabemos que hay una mayoría silenciosa que no puede opinar, entonces la “verdad mediática” se construirá sobre las creencias y convicciones del sector que tiene acceso a los medios o a los que los medios, por interés o facilismo, les brinda acceso para plasmar en ellos la mirada de la realidad.
En todo caso, el papel de los medios debe limitarse a la construcción de un espacio público común en el que la sociedad debata el mejor de los caminos. Y eso implica comprender los sentimientos de las mayorías, pero a la vez la racionalidad de las minorías.

Hay que poner en entredicho el concepto de los medios como “cuarto poder”. Su estado originario es el de “contra-poder”, pero ya se ha perdido.
Repasemos otra opinión de Ramonet:
“Los medios están funcionando de tal manera que hoy día ya no son un corrector de los poderes, no son un moderador de los poderes; hoy día están funcionando como un poder suplementario. Y están funcionando además, como la argamasa del poder dominante. Hoy el poder dominante es el poder económico y el cemento de ese poder económico es el poder mediático. Esos son los dos poderes que dominan hoy día. El poder político viene mucho por detrás. Hoy día cualquier medio maltrata al poder político y éste no puede hacer nada, porque si hiciera algo se le acusaría de querer limitar la libertad de expresión, un crimen que no se tolera en nuestras sociedades democráticas”.
Es absolutamente cierto. Como también es cierto que la agenda de los gobiernos y los poderes políticos se edifica sobre la que instalan los medios de comunicación que, como hemos visto, no reflejan a la “opinión pública” in tótum sino a los sectores que –como ya hemos referido- tienen posibilidades de acceso a los media.

Unas pocas conclusiones
Los medios de comunicación no son hoy un poder ni un contrapoder. No son representativos de los ciudadanos.
Los medios carecen de representatividad al no ser elegidos por los ciudadanos, ni estar sujetos a los controles habituales de los poderes públicos, declaración patrimonial de bienes, juicio político, destitución o inhabilitación.
Los medios de comunicación tampoco pueden sustituir a la familia, a la escuela o a los poderes públicos como vehículos de transmisión de conciencia. Complementan, sí, pero no sustituyen otras vías de socialización colectiva.
La legitimidad de los medios se asienta en el cumplimiento del derecho a la información veraz del público y en la estricta observancia de los valores democráticos plasmados en el Estado de derecho. Nada más, pero nada menos.
Vuelvo al comienzo: ¿cómo hace aquel conjunto de opiniones individuales para reconocerse a sí mismo como numeroso dentro de la sociedad? La mediatización del periodismo es el único camino. Entonces, ayudan a formar la opinión pública, pero no constituyen en sí mismos la opinión pública

ARNALDO PÉREZ WATT
Respecto del compromiso, cualquiera que fuese la causa que defienda el hombre de prensa en su paso por este mundo, mientras la intención de su pluma no se convierta en un poco más de pienso para deleitar el oído de la manada, mientras no se entregue a la bajeza de cantar con astucia a la superstición de la multitud para congraciarse con el poder, siempre tendrá el respeto, porque la ciudadanía distingue a la postre al que vela por la sed de justicia del marginado y, cuando lee entre líneas, siente a su lado al escritor que, en el fondo de sus artículos, está bregando por el bienestar del género humano.

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